Los Samadhi del Sábado – HACIA TI, TIERRA PROMETIDA(*)
Frente a esta pandemia, este himno aprendido en la niñez, vuelve a mí despojado del sarcasmo con que acompañó mis falsas notas la familia de eximios melómanos en la que tuve el privilegio de crecer.
El placer ritualizado de la música es pre-verbal y borra los límites y fronteras que separan a los individuos.
El pueblo peruano entonaba un vals conjuro para apoyar a su equipo de fútbol contra “Les Bleus” en el mundial de Moscú con un impulso igual al que animó a las tropas de Napoleón a marchar al son de los tambores en la misma dirección, hacia la muerte.
Cuando los humanos cantan juntos, vibran al unísono como un solo cuerpo que la efervescencia vuelve sobrehumano.
En el llamado mundo moderno que conocemos, desde Copérnico hasta Newton, pasando por Descartes y Galileo, la humanidad ha vivido y sobrevivido a rupturas tan profundas y radicales como las que el Covid-19 nos invita a considerar.
Desde la peste bubónica de Asia en 1320, que exterminó a 25 millones de personas en Europa y la hambruna de 1420 en Francia, la viruela que se llevó a 3,5 millones de personas en 1520, la plaga de los peregrinos de Mayflower en 1620, la peste que diezmó a la mitad de la población de Marsella en 1720, el cólera que se cobró 100 mil vidas en Asia en 1820, y la llamada gripe «española» que se llevó a 50 millones de europeos entre 1918 y 1919, cada siglo nos vuelve a enfrentar a los temores arcaicos que los avances tecnológicos nos ocultaban.
Nuestra especie es la más depredadora y también la más vulnerable de nuestro planeta. Con una actividad paralizada, una economía lenta, un desempleo generalizado a todos los niveles, el confinamiento nos sitúa frente a una revolución silenciosa en la forma en que pensamos la sociedad, el mundo, la vida.
Cada epidemia, como toda guerra, trae un cambio total de valores, una transformación en la jerarquía de las sociedades y una remodelación de las relaciones de producción.
Nuestro mundo está llamado a reinventarse y cuando uno tiene la alegría de mirar hacia el cielo de Lima que se ha vuelto tan azul como el de Arequipa, que la costa verde se llena de gaviotas y la luna cubre con su luz toda la zona de Villa el Salvador como para proteger a los que no tienen tiempo para verla, la tierra que comienza a revivir parece decirnos la belleza de lo que queda cuando ya no hay nada.
Es entonces cuando la naturaleza, cualesquiera que sean los obstáculos, y mucho más allá de toda creencia, canta su propia canción:
«Inclinados bajo el peso de la miseria, todos los pueblos también caminan, buscan alegría, luz, anhelan un mundo infinito. El pueblo de Dios que se arrastra por el vasto desierto, ha huido de la esclavitud y el odio. Avanza bajo un cielo despejado, va hacia la tierra lejana, (…) en un mundo tranquilo y sereno.»
(*) Canción católica «Hacia tí, Tierra prometida» autor: David Julien
(**) Contigo Pero» Autor: Polo Campos 1974