Los Samadhi del Sábado – «NO, NO LAMENTO NADA» (*)
Las personas pertenecientes al grupo de edad más vulnerable pueden, quizás, recordar la inolvidable voz de una mujer diminuta, vestida de negro, tambaleándose bajo la rampa de luces de las más importantes escenas de todo el mundo.
Tal vez haga falta nacer en la calle, y crecer en la escasez y el miedo para cantar este himno a la vida como sólo ella lo hizo.
En un momento en que el Covid-19 paraliza nuestra ilusión de actuar, destruye el valor del dinero, sacude las diferencias, pocos son probablemente los que podrían cantar como Edith Piaf: «No, nada, no lamento nada, ni el bien que me han hecho, ni el mal. Vuelvo a empezar de cero»
Cada uno de nosotros creció, gritó, sonrió, lloró, amó, se fue, abandonó, retornó, pero ¿de qué nos arrepentimos? ¿
¿Qué mano no quisimos extender? ¿a qué necesidad no respondimos, qué servicio no quisimos dar? ¿Qué amistad traicionamos, qué memoria enterramos, qué verdad ocultamos, qué remordimiento disfrazamos?
Este momento de emergencia sanitaria mundial saca a la luz las diferencias que desgarran el planeta, las carencias, las injusticias, pero también el engreimiento, el etnicismo, la injusticia cultural que permite a algunos creerse con el derecho de contaminar a otros para preservar su musculatura saliendo a correr o la de insultar un uniforme para pasear a su perro.
La solidaridad y la vocación de servicio están, por supuesto, presentes en el punto de encuentro, pero la cuestión no es saber cómo actúan quienes escogieron como misión la de ayudar a los demás a riesgo de su propia vida, sino más bien, ¿qué plaga requiere el mundo para que lo colectivo supere el individualismo?
Si los ciudadanos de los Estados más acomodados, los más asistidos, los mejor protegidos no pueden soportar una cuarentena, un confinamiento, sin desatar las imprecaciones más arbitrarias por todos los vientos en las redes, ¿qué debemos esperar de quienes en silencio aguardan una medicina o un pedazo de pan?
Europa sólo ha alcanzado el nivel de desarrollo y privilegios que sus miembros han disfrutado hasta ahora porque nuestros antepasados han sacrificado sus pequeños beneficios personales, seguridad, intereses y privilegios para hacer frente a las invasiones, hambrunas, guerras, epidemias y todas las calamidades que la humanidad ha sido capaz de crear y luego superar a lo largo de los siglos.
Tarde o temprano dejaremos el cuerpo en el que vivimos, la tarjeta de crédito y la casa que nos tranquilizan, el nombre que damos a los demás para diferenciarnos y transmitimos a nuestros hijos para creernos inmortales. Pero, cuando llegue el momento, podremos abrir las ventanas de nuestro balcón y si no cantar, ¿al menos saber que no «lamentamos nada»?
Marie-France Cathelat
Lima, 28 de Marzo de 2020
(*) Canción compuesta por Charles Dumont a la música por Michel Vaucaire para Edith Piaf