Los Samadhi del Sabado | Ep.5

Los Samadhi del Sabado | Ep.5

Los Samadhi del Sabado – Oh, tiempo, suspende tu vuelo

“Oh, tiempo, suspende tu vuelo y Uds. horas propicias, suspendan su curso! Déjennos saborear las breves delicias de nuestros màs hermosos días.” Decía el poeta Lamartine.
 
Sucede que los instantes no siempre son propicios, las horas a veces carentes de delicias y el presente difícil de aceptar.
Las cosas son lo que son. No podemos actuar sobre el flujo de la vida, podemos modificar la apreciación que tenemos de cada instante.
Sólo cuando tomamos distancia con relación al proceso de nuestra mente podemos modificar la percepción que tenemos de cada acontecimiento. Al observar, aunque sea por un instante, mientras estamos despiertos ,el mecanismo mental que, sin cesar, nos insinúa actitudes de juicio, protesta, autocrítica, entendemos cómo estos esquemas puramente intelectuales nos crean dolor, nos impiden disfrutar lo mágico que tiene la vida y envenenan nuestras relaciones.
 

La inmensa mayoría de europeos, al llegar al Perú y al expatriarse en general, padecen los sufrimientos del infierno para entender la relación de otros pueblos con el horario.

 
Por ejemplo, es difícil constatar, sin juzgar, que para una gran mayoría de peruanos, la relación con el reloj o, mejor dicho, con la obligación de depender del tiempo, es casi nula. Al viajar al interior del Perú, se hace obvio que la inmensidad de la naturaleza, la casi inexistencia del poder del ser humano sobre sus arrebatos y la impotencia de nuestra tecnología frente a la fuerza de los elementos incitan a una mayor aceptación del instante presente. Igualmente, el descubrir la forma en que muchos peruanos abordan los hechos cotidianos nos lleva a la confrontación entre la libertad interior y las condiciones externas y la relatividad de la eficiencia de nuestra acción sobre lo que nos rodea. Actuar justa y adecuadamente no depende sólo de nosotros ni del momento en que actuamos, depende de nuestra sincronía con la corriente de la vida y es lo que más indispone a la lógica cartesiana que gobierna nuestro mental, el disco duro que, si lo dejamos, nos priva de la esencia y la espontaneidad de la vida y de los seres humanos.
 
Hace años, al viajar especialmente para volver a la ciudad de Fez, en Marruecos, después de mucha búsqueda, adquirí un hermosísima alfombra con los tonos azules únicos de esa región. Pero el recorrido en pleno sol, los regateos con todos los vendedores de la Medina tomaron tanto tiempo que a la hora de cambiar el monto acordado y después de esperar indefinidamente en la cola del banco, cometí el error de manifestarle mi cansancio al guía que me acompañaba, un culto y educado estudiante de poesía y literatura en la Medersa, una de las universidades más antiguas del mundo. Sorprendido, me echó la mirada de Omar Sharif en Doctor Zhivago y me dijo en tono bajo, algo apenado, como quien se siente defraudado: «No se puede tener un camello por el precio de un burro».
 
Al despedirse, me dejó en el casillero del hotel un pequeño frasco de madera tallada conteniendo “kôhl”, ese polvo de galena molida usado desde la edad de bronce por las madres en el Medio Oriente para proteger las dolencias de ojos de sus hijos. Lo guardo como recuerdo de una lección de sabiduría.
 

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